viernes, 11 de noviembre de 2011

La vida.

Hay muchas ocasiones en las que algo te lleva a preguntarte por las cosas, por los sentimientos, por el paso irrefrenable del tiempo, que tiene consecuencias no siempre malas, pero tampoco siempre buenas, que te hacen añorar o soñar, olvidar o recordar, reír o llorar.

Puede ser que nuestra constitución, naturaleza y aspiraciones sean tan ensalzables como para poder sentir, vivir algo una y otra vez sin la necesidad de volver al pasado por así decirlo. También puede ser que sea tan insufrible que nos obligue a desear el paso del tiempo, tiempo que, posteriormente, por algún motivo quizás oculto extrañamos.

Pasa el tiempo. Y llega el día en el que te das cuenta de todo lo que has vivido, pero también de lo que no; de las cosas buenas que te han ocurrido, e inevitablemente también de las malas; del amor que has sentido por alguien, pero también de lo poco que has cuidado a las personas que de verdad te querían.

Hay muchas cosas que son importantes. Las que verdaderamente lo son se esfuman una vez habiendo estado bajo tu más intenso poder, amor, ignorancia y, una vez que las has perdido, las extrañas.

Creemos, consideramos y aseguramos que solo se va lo que necesitamos, lo que nos completa, lo que nos hace ser nosotros mísmos. También podemos perder cosas insignificantes y, de hecho, lo hacemos. ¿No podría suceder que la escasa función que desempeñan en nuestra vida nos haga olvidarnos de su existencia o incluso no darnos cuenta cuando se van?

Lo cierto es que hasta las pequeñas cosas son grandes en nuestro corazón, y que nuestros sentimientos bailan y juegan al azar dándole importancia o no a los distintos componentes de nuestra vida.